Dicen, pues, que pedido de la forma correcta y de manera insistente (si se quiere, humillante para quien lo pide) no hay nada a lo que un japonés pueda decir que NO (consideremos a una cultura que tiene varias formas de decir que no, empezando por el popular “yada” que casi literalmente es un “no pero si”) reforzando ese estereotipo de que los japoneses no saben decir NO en redondo y sin miramientos. Que sus «no» siempre tiene un poco de “tal vez”. Siendo como son una sociedad altamente estratificada y especializada, parte de los “trucos” que usan para no reventar por los aires radican en su idioma (como los sufijos honorarios que indican claramente quien es que y que grado de afinidad y estatus se tiene) como en sus modelos de conducta que les permiten relacionarse siempre de la manera correcta (al hablar, un japonés transporta un montón de información adicional, no traducible, para que su oyente esté “informado”), evitando al máximo los roces o las “faltas de respeto” no intencionales. Así como también las “muestras de familiaridad” no aprobadas. Y uno de los más peculiares de estos modelos de conducta es lo que se conoce como “dogeza”. A ojos de un occidental un dogeza es básicamente una “súplica de rodillas”, pero para un japonés es bastante más complejo y en cierto sentido “peligroso”. Empecemos por ahí. En la etiqueta japonesa el dogeza es una súplica que consiste en ponerse de rodillas, de preferencia en el suelo-suelo, sin nada entre uno y la tierra por así decirlo, (recuerden que los japoneses son muy meticulosos con la higiene del piso, por lo que apoyar tu cabeza en el suelo se consideraría en ciertos contextos como muy “sucio y desagradable”) e inclinarse tanto como para poder apoyar la cabeza en el piso, mientras se separan los brazos con las palmas hacia abajo. Si, así de específico. Y se usa en tres contextos también muy específicos: para mostrar deferencia a una persona de mayor estatus que está frente a nosotros (en el caso del Japón antiguo, por ejemplo, un daymio -o señor feudal- que pasará con su caballo o su palanquín frente a un grupo de pescadores en una aldea), como una disculpa profunda ante un error irreparable o para expresar el deseo de un favor inmenso de dicha persona. Tan arraigado es aun este término en la sociedad japonesa que en política existe la “dogeza-gaiko”, que se traduce como “diplomacia de reverencia” o “política exterior de reverencia” refiriéndose a una negociación en la que no se piden concesiones y se acepta lo que se le indique. Así que tenemos aquí un tipo de reverencia que se usa sobretodo para pedir favores y en especial disculpas. No importa la edad, estatus social o incluso el contexto en que se esté (público o privado), un japonés ejecutará una dogeza tratando de alcanzar el perdón ante una falta o que le concedan un favor particularmente difícil o extraño. Osea, estamos hablando de cosas como que si tu gerente te llama a su oficina para que expliques un error grave, que es tu error y de nadie más (o eso creen todos en la oficina), es muy probable que termines haciendo una dogeza (curiosamente no tanto para que no te boten del trabajo, sino para mostrar tu arrepentimiento y salvaguardar tu “honor”. ¿Contradictorio, no?). Por lo tanto hay que decir que la carga emocional de la dogeza es la vergüenza de quien la ejecuta y la humillación a la que se somete. Quien hace una dogeza lamenta profundamente el error o incomodar a alguien por pedirle un favor. Y he aquí lo importante: la persona que se enfrenta a una dogeza, al ver el nivel de “humillación” de quien la ejecuta, suele tender a perdonar o conceder el favor, en especial si el ejecutante se niega en redondo a terminar el espectáculo a menos que sea perdonado o aceptada la solicitud de favor. Las artes y la cultura japonesa, antigua y moderna, registran las dogezas y puede que los primeros extranjeros que se encontraran con ella fueran los chinos, como se registra en el Gishiwajinden, el registro chino más antiguo de encuentros con los japoneses, en el se menciona que los plebeyos del antiguo Yamataikoku, al encontrarse con nobles a lo largo del camino, caían postrados en el lugar, aplaudiendo como en oración.
Ahora bien, muy lindo el momento “bunka” en el blog (que ahora que lo veo me hubiera dado para un post aparte) pero hablemos del anime que se acaba de estrenar y que incluso ya está en Crunchyroll. Vamos por partes. Si, es un anime acerca de ejecutar una dogeza. Y si, son episodios cortos de solo algunos minutos. Y SI, lo que se solicita en dogeza de manera insistente y humillante, hasta que se consigue, son cosas pervertidas. Basado en el manga de Kazuki Funatsu, que primero se publicaba vía la cuenta twitter de su autor hasta que Kadokawa lo editó en un primer volumen en 2018 (año en que también obtuvo un episodio live-action) la historia sigue a Suwaru Doge, a quien no vemos, ya que esta planteada como un POV (Point of View… rayos, eso también daba para otro post aparte) de primera persona (osea, los ojos de Suwaru, son los ojos del espectador) quien busca chicas para convencerlas de que le muestren sus sostenes o sus calzones. Así de simple y pervertido. Y una vez consigue convencerlas a fuerza de auto humillación e insistencia, y logrado su cometido, se manda a cambiar hasta intentar nuevamente la jugada. Casi hasta me da miedo usar la palabra “víctima” aquí, con lo sensible que es nuestra sociedad actual, luchando para que todo tipo de abuso sexual sea erradicado. Uno se pregunta… si ya tantos líos tiene el anime y manga por contenidos como éste, ¿porqué los siguen haciendo los japoneses? y la respuesta es sencilla y extraña: es porque son japoneses y todo lo que vemos aquí tiene un sentido completamente diferente para ellos. Baste decir que en este truco de la dogeza, el que la persona que es requerida se siente hasta cierto punto superior que el solicitante, el cual con su humillación le está diciendo que la considera superior y que jamás estará a su altura es en parte lo que la hace funcionar. Ajap, quien recibe una dogeza en cierta medida se siente halagado y en cierta otra quiere que termine cuanto antes ya que es vergonzoso también para ella. Así de simple, así de particular. Y para el caso de esta historia los límites son muy claros: lo que pide Suwaru es muy específico y no incluye ningún tipo de contacto físico ni uso de la fuerza. Considerando, claro, asumiendo, que el uso de la presión social y mental, no sea un tipo de “uso de la fuerza”. Como es lógico pensar, mientras muchos occidentales ven esta historia sin ningún tipo de contexto previo, las indignadas voces de “apología a la violación” ya se escuchan en las redes sociales… y bueno, ¿qué más podríamos decir? ¿qué no se produzcan animes así, como también la amplia gama de hentais cuya temática hacen ver a esta serie como un picnic? Supongo que ni un montón de dogeza ayudarían a poner en orden este tema, aunque si hay una cosa que vale la pena acotar: para un japonés las cosas que se ven en la tele, el cine, los libros o el internet, nada tienen que ver con la realidad. Como sociedad, la mayoría de los miembros de esta tienen claramente establecido que estas cosas son “ficción” y no las puedes repetir en la realidad, ni en tu vida diaria. Ello se puede ver en cosas como la poca cantidad de niños que hayan fallecido por lanzarse por una ventana pensando que pueden volar como su superhéroe favorito. Pero creo que nosotros aun no estamos listos para esa conversación.
Uhm.... es que Pedro Páramo, al margen del resultado del live action o de la obra, es literatura latinoamericana que…