
Si te gusta el baseball y las historias románticas en medio del «día a día», y encima con bastante deporte, esta serie es para ti. Catch Me at the Ballpark! (Bōrupāku de Tsukamaete!), es una historia que no solo captura la emoción del béisbol, sino también los corazones de quienes orbitan alrededor de un estadio. Estrenado en abril de 2025, es una producción del estudio EMT Squared, conocido por trabajos como Fluffy Paradise y The Master of Ragnarok & Blesser of Einherjar. No es el estudio más estelar del anime, pero aquí logran un toque cálido y auténtico que encaja perfecto con la vibra de «slice of life». La dirección corre a cargo de Junichi Kitamura, un veterano que debuta como director principal en este proyecto, aunque ha trabajado como animador y director de episodios en series como My Teen Romantic Comedy Yahari. Su enfoque en Catch Me at the Ballpark! es sencillo pero efectivo, dejando que los personajes brillen sin florituras excesivas. La composición de la serie está a cargo de Shigeru Murakoshi (The Seven Deadly Sins: Four Knights of the Apocalypse), quien teje historias con un equilibrio de humor y ternura, mientras que los diseños de personajes de Fumio Iida (Record of Ragnarok) dan un look fresco y expresivo. La música, cortesía de MONACA (NieR: Automata Ver 1.1a), es un acompañamiento alegre que captura el bullicio de un día en el estadio. El anime es una adaptación del manga homónimo de Tatsurō Suga, que comenzó a serializarse en la revista Morning de Kodansha en septiembre de 2020. ¡Y sí, sigue en curso! Hasta junio de 2025, el manga cuenta con 17 volúmenes, con Suga no solo escribiendo sino también ilustrando, dando vida a un elenco variopinto con su estilo limpio y carismático. La historia no se centra en los jugadores o los equipos, sino en el ecosistema del estadio, lo que la hace única en el género deportivo. Es decir es una historia en que vemos a los espectadores mientras en la cancha se libran intensas batallas deportivas, que apenas notamos con el rabillo del ojo. Y hablando de béisbol, este deporte es un pilar en Japón, donde los estadios se llenan de cánticos y pasión. Pero esto es algo casi accidental. El baseball como tal llegó al Japón como un souvenir de la ocupación estadounidense tras la Segunda Guerra Mundial. No había en el Japón nada que se le pareciera a nivel de deporte o entretenimiento antes de esto. Los soldados yankees trajeron sus bates y guantes, y los japoneses, con su talento para adoptar y transformar, convirtieron el béisbol en una fiesta nacional que hoy une generaciones siendo en la actualidad el deporte de masas con mayor relevancia, muy por encima del fútbol, que recientemente va ganando su espacio a base de buenos resultados en los torneos grandes. Pero mientras eso ocurre el baseball es lo que domina, con estadios inmensos y estrellas de «talla mundial» que solo conocen los países en los que el baseballl es preponderante, empezando por , obviamente, los Estados Unidos.
Veamos la historia: tenemos un él, Kotaro Murata, el clásico oficinista japonés, con ojeras de campeonato y un alma agotada por el tedio de la vida corporativa en donde literalmente te sacan el jugo. Su refugio es el estadio de los MotorSuns, donde el crack del bate y el rugido de la multitud le devuelven la vida aunque sea un rato. Este tipo es un nerd del béisbol, anotando estadísticas como si fuera a presentarlas en una junta directiva. Murata encuentra su oasis de paz asistiendo cada noche al estadio, donde compra una cerveza para “desconectar del mundo real”. Y así es que una noche cualquiera conoce a nuestra ella de turno. Se llama Ruriko. Y es una vendedora de cerveza novata con una energía que ilumina las gradas. Ruriko es un torbellino de personalidad: por fuera, una «gyaru cool» que parece dominar el arte de vender cerveza con un guiño, pero por dentro, una chica nerviosa que solo quiere hacer bien su trabajo. Esconde una inocencia total que emerge cuando cree que nadie la observa. Su primer encuentro es puro slice of life mágico: Murata, buscando su dosis de paz, termina siendo el primer cliente regular de Ruriko, quien lo adopta con una mezcla de burlas y carisma, y lo acusa constantemente de estar enamorado de ella. Sus interacciones son un juego de contrastes: él, tímido y analítico; ella, un huracán de entusiasmo que esconde inseguridades. Juntos enfrentan pequeños dramas cotidianos, desde los nervios de Ruriko por no derramar la cerveza hasta las dudas de Murata sobre si alguna vez será más que un fan en las gradas. Su relación, llena de bromas y momentos tiernos, es el corazón de un anime que celebra las conexiones humanas en el vibrante microcosmos de un estadio. A lo largo de los 12 episodios, vemos cómo su relación florece en el murmullo del público, entre bateos y anuncios de bebida fría. Él aprende a soltar el mal humor fuera del trabajo, y ella a equilibrar su rol profesional con su corazón puro, aunque trate de proyectar una imagen distinta para atraer clientes. Esta dinámica crea situaciones optimistas y bromistas: Murata haciendo bromas autoconscientes sobre su estrés laboral, mientras Ruriko se sonroja tratando de mantener la compostura con su bandeja llena de cervezas. Su interacción es un pequeño himno al slice of life: no hay grandes giros dramáticos, solo el calor de una historia cotidiana contada con simpatía, con cerveza helada en mano y el inconfundible aroma a tierra y césped del béisbol. Algo amable para ver antes de irse a dormir… y quizás añorar el tener una relación así de tierna y divertida.

Traidor... y se supone que somos amigos... si salgo en la portada del Trome con un pompon de coneja atracado…