High Fidelity (película, 2000): cinco cosas son mejores

Esta película es una de esas comedias románticas que nunca terminas de ver completa porque terminas bajándote del carro, avión o nave espacial, o saliendo del consultorio, edificio, institución penitencieria o casa rumbo a algún lado, pero eso no la hace mala para nada. De hecho, se te queda en la memoria y en cierta medida esperas en algún momento volver a verla para terminar de enterarte que pasa. Y a veces, solo a veces, ocurre que consigues verla de una sola sentada, como me pasó el fin de semana. Pues bien, hay bastantes cosas que comentar de ella, como sus brillantes actuaciones, un sólido y curioso libreto, y que en general es bastante rara en la historia que nos cuenta (es decir rara de poco convencional en cuanto a lo que se espera de una comedia romántica) pero yo me quiero centrar en un par de cosas off-topic si se quiere: por un lado me dejó tirado en la calle con sus referencias melómanas. Capté muchas, pero en general no soy muy ducho en el tema, que si bien se repite mucho por la película lo cierto es que tampoco quita el aire ni estorba la correcta visualización de la película; y eso me lleva a otra cosa que la película menciona y me dio nostalgia: si, crear una selección musical en una cinta de cassette, para entregársela a alguien, era un arte… que ya se ha perdido. Y eso tiene de curiosa esta cinta situada en los albores del nuevo milenio: su tecnología. Centrémonos un poco: son los 2000, los DiscMan aun no acaban de matar a los WalkMan porque son incómodos, consumen mucha batería, suenan mucho mejor eso sí, pero son muy grandes y los CD se rayan y maltratan pronto, además que si caminabas con el DiscMan en la mochila, la aguja “saltaba” y te cortaba la canción. El MP3 Player va llegando tarde a la fiestita, pero viene (ahora lo sabemos) derechito a matar a ambos aparatos sin contemplaciones y en tiempo récord, cuando se pudo convertir cassettes y CDs en meros archivos digitales, los cuales podían ser acumulados en monstruosas compilaciones de cientos de canciones en un solo y minúsculo aparato, al mismo tiempo que la internet te permitía acceder “gratuitamente” a toda la música que te diera la gana. Y los teléfonos celulares recién asomaban la nariz y eran cachivaches complicados y pesados, caros, y sin las prestaciones actuales (en serio, solo servían para llamar y dar la hora). Ese es el mundo en que fue filmada esta película: un mundo en donde un buen disco de vinilo era una buen disco de vinilo… y valgan verdades… lo sigue siendo.

Rob Gordon es un melómano confeso cuyo sueño, o quizás destino, lo ha llevado a cumplir el sueño: tiene una gran colección de música personal y es dueño de una tienda friki de música en donde se encuentran muchas cosas exclusivas y para expertos. No gana mucho, pero le da para vivir… pero tampoco es que su vida esté camino de algún lado. De hecho, y pese a la música, su vida es bastante monótona y casi casi… no, eél está convencido que las relaciones de su vida son las que le dieron forma a su vida actual, de tal manera que unas cosas tienen que ver con las otras y todo seguirá igual porque así son las cosas. El looser perfecto: tiene todo lo que quiere, pero aun no se da cuenta y más bien trata de destruirlo de cierta manera inconsciente. Hasta que termina con su actual pareja y eso lo destroza por completo. Y para tratar de entender que es lo que le ha pasado en su vida y porque estas rupturas lo marcaron para siempre, empieza a hacer un recorrido personal musical por esas cinco relaciones que lo han transformado: cuatro de su pasado, remontándose a su primera novia del colegio, hasta su actual ruptura que se está tomando como las pelotas y de la peor manera posible. Y en este camino Rob encontrará muchas respuestas y reconocerá muchos de sus errores, para proceder de inmediato a cometerlos nuevamente. Como debe ser.

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