Y ahora es mi turno: dos cuentos cortos con gato protagonista, escritos por este servidor (un saGATO CATurday de perro negro escritor)

Siempre me preguntan porque si me gustan tanto los gatos, mi seudónimo y avatar es el de un personaje que se convierte en un perro negro. La razón viene siendo porque, en su momento, es decir cuando el personaje y yo teníamos la misma edad, me parecía mucho a Shigure, el humano, en la actitud ante la vida e incluso en lo de ser un molesto escritor. Dicho esto, mi amigo Lucho de Tacna me contó de un concurso en línea acerca de minificciones, con sede en México lindo y querido y… se me antojó participar. De joven solía hacer esto en busca de la gloria. Hoy lo hago por la diversión. Eso es porque entre más busca uno a la gloría, esta se hace más experta en esconderse. La cosa es que independientemente de si la historia que mandé salga elegida para ser recopilada junto a otras en una publicación en línea (si, no hay dinero involucrado) se me antoja ponerlas por acá porque me han resultado entretenidas de hacer. Pero las bases del concurso decían que había que mandar una historia y yo preparé dos: bueno, leí mal las bases y en donde ponía que tenía que tener 666 caracteres incluyendo espacios en blanco, yo leí 666 palabras. Será por eso que nunca ganaba en estos concursos. Ah, si… es que los cuentos tenían una temática de gatos negros y mala suerte… Aquí vamos entonces (las imágenes, lógicamente, están generadas con IA):

Me llamo Sombra y vivo en una tranquila ciudad. Paseo por ella sin saber que la gente cree que traigo mala suerte. Disfruto estas caminatas diarias. Y la gente suele mirarme con recelo, murmurando no sé qué sobre la mala suerte y los gatos negros.

Un día, un hombre se me cruzó justo cuando estaba por entrar en una tienda. El hombre tropezó, cayó al suelo y derramó su café. Me miró con odio y se quejó de su mala suerte. Sin comprender su malestar seguí mi paseo tranquilo. En el parque, una niña me dio de comer. Acepté con gusto, sin saber que esa noche alguien tropezaría con una piedra camino a casa. A pesar de las creencias, vivo tranquilo, ignorante de las leyendas que giraban a mi alrededor. Para mí, no había mala suerte, solo un mundo lleno de curiosas personas y pequeñas tragedias.

“Hay que ser un humano para creer en algo tan tonto como que los gatos negros damos mala suerte…” Es de media tarde, voy caminando por la calle sumido en estas reflexiones. Como todo gato, soy la elegancia en cuatro patas y mi color negro entero me hace parecer una pequeña pantera citadina.

“Señora, quítese, no se me cruce que casi me ha golpeado… ¿en serio se ha persignado? Humanos…” Creo que mejor me subo a este arbolito de aquí a hacer lo más importante que hacemos los gatos: ver la vida pasar. Ya que uno no puede caminar tranquilo siquiera. “Seño… seño… cuidado con el hueco… seño… ya fue… eso se va a poner morado. Pero era tan obvio el hueco…” Humanos. La mala suerte no existe, creo que se trata solo de no estar atento a lo que ocurre a tu alrededor y no saber cómo responder a las circunstancias. Eso a los gatos nos sale natural, por eso los gatos no tenemos mala suerte.

“Por ejemplo… esos obreros de allá… el gordito evita cuidadosamente pasar por debajo de la escalera… ¡Ey! Que no trae mala suerte, la única mala suerte sería que roces la escalera con la panza y te caiga encima”. Bueno, una creencia es una creencia. No se someten a la lógica ni al sentido común. Además, lo único que pasa es que tiene que caminar más, eso es bueno para que le baje la panza, supongo.

“Un momento… ese de allá es el perro de la otra cuadra… ¿así que te gusta ladrar y hacer escándalo por la noche cuando uno pasa, eh? Con lo que me costó convencer a la gata blanca de la tienda a que se dé una vuelta… A ver… lo miramos… lo miramos… ajá… ya me vio… ajá… viene para acá… no se fija al cruzar… ¡PAF! Listo, un odioso perro menos en este mundo…” Como decía, si no estás atento a tu entorno es lógico que tengas mala suerte. Y una mala muerte, de hecho. Pero es lo que se puede esperar en estos casos. Total, es solo un perro.

“Hablando de eso… qué fea costumbre humana la de andar mirando la pantallita del aparatito ese… señorita, esa de ahí es una cáscara de plátano… Ok, si hablaras ‘gatés’, quizá hubiera podido advertirte. Ahora vas a tener que regresar a casa a cambiarte de ropa. Aprovecha para ponerte ropa interior más cómoda… y decente, ya puestos”. También me parece increíble que los humanos crean que específicamente seamos los gatos negros los de la mala suerte solo porque alguna vez vivimos con las “brujas”. ¡Que no eran “brujas”! Esas cosas no existen; solo eran señoras con costumbres peculiares y una tendencia a tener ollas muy grandes. Y hacía frío, así que lo lógico es que los gatos sin dueños nos acomodáramos con ellas.

“Bueno, es hora de ir a otro lugar… aquí apesta a tragedias y problemas. Y yo, la verdad, solo soy un gato y lo que hagan las personas no me incumbe, felizmente…” Y así transcurren todos los días. Mis días. Días en los que la mala suerte no existe para este gato negro, y para la mala suerte, este gato negro… es solo otro gato negro asociado a ella. Y ahora, una señora tiene un tobillo muy adolorido, un obrero golpea una escalera con la panza tratando de evitarla y le cae una lata de pintura encima, una señorita reflexiona acerca de la manera de obtener un aumento, y una familia busca a un perro que ya no volverá. Ha sido un día de esos, con mucha mala suerte. Y en un misma calle solitaria.

Estirando el cuerpo con elegancia, el gato se aleja de ahí, se acerca a la escalera y escoge no pasar por debajo de ella. No por miedo a la suerte, sino porque los gatos negros no pasan por debajo de las escaleras. Todo el mundo lo sabe.

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