Tenemos aquí una serie animada, con dos temporadas, que sin llamar mucho la atención (como siempre Netflix con sus “reseñas” demasiado simplonas… o cortas) pero que si le das una oportunidad termina siendo interesante. Obra de DreamWorks, que poco a poco se va acomodando para ser uno de los mejores estudios de animación para TV del mundo, tenemos una historia post apocalíptica (si, otra) con algunos elementos nuevos, que son precisamente los que la vuelven interesante. Y uno de esos elementos nuevos, es que no se toman la molestia de ahondar en lo que pasó para llegar a ese estado y se concentran más en lo que hacen sus personajes en los tiempos en que viven. Hombre, siempre nos cuentan la historia del grupo que justamente es el que encuentra la razón de lo que pasó o la cura. Nunca es solo un grupo anódino que hace lo posible por sobrevivir a las circunstancias, sin un futuro prometedor, o una solución al problema, que se avisore pronto. Y que en todo caso no depende de ellos que ocurra. Y de hecho, en esta serie, su plato fuerte son precisamente sus personajes y sobretodo el altamente “fumado” diseño de las «wonderbeasts», a cada cual más sicalíptico y marciano. Hasta que lo que parecía simplemente un paseo en busca de una verdad, empieza a aportar algo de drama y momentos tristes, incluso momentos “moralmente cuestionables” en los que nos preguntamos si los malos y los buenos son realmente… los malos y los buenos. Y confieso algo, eventualmente si son estos los personajes que tienen que ver directamente con lo que pasó, pero no lo saben y no les interesa saberlo tampoco, porque están muy concentrados en sobrevivir. Dicho esto, bien valdría darle una mirada a la serie, aunque claro, primero hay que acostumbrarse a Kipo y su forma de ser, que parece más propia de la protagonista de un anime. Como muchos, supongo, uno se queda con ganas de ver más de esta historia, aun cuando su final bien vale como un final.
Kipo es una adolescente de 13 años que vive junto a su padre en una ciudad subterránea. Es inteligente, curiosa y algo testaruda. Su “ciudad” es uno de los pocos asentamientos humanos que quedan, dado que en la superficie y desde hace cientos de años viven fantásticas evoluciones de los animales que alguna vez compartieron la superficie con la humanidad. Y es un medio hostil para los humanos, ya que incluso algunos de estos animales consiguieron “inteligencia propia” y son capaces de hablar y vivir en sociedad. Por eso la única diferencia, actual, entre los animales es su capacidad de hablar. Si hablas ya no eres un animal, y si no hablas eres un “muto” y por lo tanto eres considerado un animal y comestible. Claro, si primero eres capaz de cazarlo o de hecho si no te convierte primero en comida a ti, hables o no, ya que un conejo de unos 20 metros de altura, y seis patas, hable o no hable, no es una cosa con la que quieres tener problemas. Un día Kipo aparece en la superficie y sin poder volver a entrar a su ciudad pasea por los restos de la civilización humana, mientras evade a los animales que la habitan. Así, encuentra un pequeño cerdo cuatro ojos (literal, tiene cuatro ojos) y se obsesiona con capturarlo para acariciarlo, y esa cacería la lleva a conocer a una niña habitante de la superficie, a quien Kipo bautiza como “Lobezna” (por su capucha hecha de piel de lobo) y quien le promete ayudar a Kipo a encontrar una manera de bajar a su ciudad. Del viaje de estas dos dispares muchachas, es lo que trata esta historia (y de un secreto que Kipo guarda, tan secreto que ni ella lo sabe) y sobretodo trata acerca de las diferencias y de lo necesario que se vuelve vivir en tolerancia, aun cuando la tolerancia que le toca a uno dar y la que le toca recibir, no es lo que uno espera que le toque.
[…] ¿Y esto a que viene? pues es simple, como ya habíamos comentado, se ha lanzado el live-action de Sono…