Se cumplen 15 años de los mejores cuatro minutos de animación que nos haya dado Pixar

Ni te cansas ni te hostigas de verlo. Y cada vez que lo vuelves a ver te vuelves a emocionar. Y si has pasado por ese trance o conoces a alguien que lo ha pasado las lágrimas no van a dejar de decir presente. Es que son cuatro minutos que te muestran todo lo bueno que puedes hacer cuando lo haces desde el corazón, sin seguir agendas ni ideas raras que buscan «sensibilizar» y solo alcanzan a ser sensibleras. Extraño a ese Pixar valiente qué te hacía pensar y que no consideraba a los niños como si fueran incompetentes mentales. Ese Pixar concentrado en decir las mejores cosas con las mejores imágenes y decirlas bien claro. Que en la vida no hay tiempo para ser tibios, y cualquier mensaje estará bien impartido si se usan las maneras correctas. Ese Pixar que te jalonea la vista con la degeneración de nuestra civilización con su consumismo exagerado, en Wall-E. Que te demuestra que cualquiera puede llegar a cumplir un sueño sin importar su origen si se esfuerza pero también si la sociedad entiende que hay que darle un espacio a todos, como en Ratatouille. Pero nada como estos primeros cuatro minutos en Up. Aun me recuerdo ami mismo viendo esta escena en el cine con los ojos humedecidos y en completo silencio. Una sala llena de niños en silencio, absortos en lo que veían y listos para hacerles un fin de semana muy difícil a sus papás con las preguntas de rigor. Una sala llena de padres que ya empezaban a bosquejar explicaciones en sus mentes, justas y necesarias, para unos niños que acaban de poner un pie en la madurez de la mano de Pixar. Y recuerdo en especial al padre y a su hijo que salían delante de mi acabada la película y el niño le preguntaba «si es que si algunas mamás no podían tener hijos nunca». La cara del padre era un poema, pero se le notaba que tenía ganas de crecer esa noche con su hijo, juntos, charlando quizá por primera vez de «hombre a hombre». Películas de Pixar que le daban pie a los padres de hablar con los niños de esos grandes temas que ni siquiera entre adultos a veces queremos hablar, porque siguen desbordando al niño que aun vive en nosotros y que se quedó sin respuestas en su momento. Y encima en cine mudo, con la contundencia inapelable del «una imagen vale más que mil palabras». Por eso cada vez que pueda volveré a esta secuencia de apertura de la película, para repetir que esto es cine de verdad, que los niños no son tontos y que mataron a ese Pixar que era tan necesario tener. Lo mataron por una cochina agenda.

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