
Debe ser el clima frío, o quizás que ya vamos a mitad de año, que se me ha dado por revisitar viejos clásicos del anime que las «nuevas generaciones» harían bien en ver por cultura general otaku entre tanta isekai mongo que hay hoy. Vampire Hunter D: Bloodlust, estrenada en Japón en el año 2000, es una película dirigida por el célebre Yoshiaki Kawajiri, reconocido también por su brutal y estilizado trabajo en Ninja Scroll (del que hable hace poco aquí). Esta cinta representa la segunda adaptación cinematográfica de la saga Vampire Hunter D, una extensa franquicia basada en las novelas ligeras escritas por Hideyuki Kikuchi, que comenzó en 1983 y se ha mantenido como un ícono del horror gótico japonés. A diferencia de su predecesora de 1985, esta película adapta la tercera novela de la serie, Demon Deathchase, y fue pensada desde el inicio para una audiencia internacional, especialmente occidental, con un guion escrito directamente en inglés y doblaje de alta calidad. El diseño de personajes estuvo a cargo del legendario Yoshitaka Amano, famoso por su etéreo y elegante estilo visual que ha definido también la estética de la serie Final Fantasy y otros trabajos como Angel’s Egg o The Heroic Legend of Arslan. Su trazo estilizado, decadente y onírico impregna toda la atmósfera de la cinta, dándole una belleza sombría y melancólica. Bloodlust explora temas como la soledad, la inmortalidad, el prejuicio y el amor imposible, todo envuelto en un mundo postapocalíptico donde la ciencia y la magia coexisten con extraña armonía. Esta obra destaca por su ritmo pausado pero envolvente, sus duelos de mirada contenida y su constante reflexión sobre lo que significa vivir con un pie en la oscuridad. Más que una película de acción, es un lamento gótico animado, lleno de pasajes silenciosos, rostros tristes y cielos infinitos, donde la cacería de vampiros es sólo un telón de fondo para explorar el aislamiento del alma.
La historia sigue los pasos de D, un dhampir —mitad humano, mitad vampiro—, cazador solitario que viaja por tierras devastadas y decadentes, ofreciendo sus servicios a quienes buscan eliminar a los descendientes de la aristocracia vampírica. D es contratado por un noble desesperado para rescatar a su hija, Charlotte Elbourne, quien aparentemente ha sido raptada por el vampiro Meier Link. Sin embargo, lo que parece un secuestro pronto revela matices mucho más complejos: Charlotte ha ido por voluntad propia, impulsada por un amor imposible y sincero, y Meier, lejos de ser un monstruo sediento de sangre, resulta ser un amante trágico que busca huir junto a ella hacia un santuario donde humanos y vampiros no sean perseguidos. En su misión, D se cruza con otros cazadores, los hermanos Marcus, una familia de mercenarios despiadados pero también marcados por la pérdida, y se ve obligado a confrontar no sólo enemigos externos, sino también su propio linaje maldito y la voz de su inseparable compañero: una criatura parasitaria que habita en su mano izquierda. El mundo de Bloodlust es un paraje estéril, casi onírico, salpicado de ruinas tecnológicas, castillos flotantes y bosques mortuorios, donde el tiempo parece suspendido y cada personaje arrastra su propia historia de dolor. La película no es una simple persecución, sino una meditación sobre la imposibilidad del amor entre especies, el peso del legado y el deseo imposible de redención. D, con su expresión estoica y su andar solitario, encarna esa lucha eterna entre la sangre que lo llama y la humanidad que intenta preservar. En su corazón, la película no juzga a los monstruos, sino a un mundo que los condena por existir. Vampire Hunter D: Bloodlust es, así, una balada oscura sobre almas errantes, destinos cruzados y el incesante anhelo de encontrar un lugar donde el amor no sea una maldición.

[…] célebre Yoshiaki Kawajiri, reconocido también por su brutal y estilizado trabajo en Ninja Scroll (del que hable hace poco…